1.- Frío X Seguro X Muerte

miércoles, 18 de julio de 2007

Era noche. Un frío intenso de invierno asolaba las calles y no me dejaba caminar tranquilamente. Mis manos, heladas, sólo podía mantenerlas dentro de los bolsillos del pantalón beige que mi madre me regaló para mi cumpleaños. La calle estaba solitaria. Ningún ruido osaba romper el silencio presente aquella vez. Tenía que doblar en la esquina, pero pasé de largo porque un indigente estaba sentado en la solera de la calle, sin pantalones y gimiendo a causa del placer otorgado por la masturbación que se estaba ejecutando en ese momento. Recordé el cuchillo que portaba para defenderme de un posible asalto. Miré la hora en el celular que tenía en el bolsillo de la chaqueta roja que me encontré en un recital, 3:28 A.M. Tenía que acelerar el paso si quería llegar antes que mis padres. Y llegué.




Al otro día desperté sobresaltado. Vi huellas de un líquido rojo en mi velador, junto con el cuchillo manchado con igual especie. Me miré en el espejo rápidamente, pero descubrí que no tenía ninguna herida, así que no le preste mayor importancia. Fui a ver a una amiga para su cumpleaños. La iba a llamar, pero no encontré mi celular. Pasé por el mismo lugar de anoche, pero un tumulto de gente me impidió pasar. Decidí abrirme camino por el gentío. Lo único que vi fue un naylon celeste que cubría a lo que parecía un cuerpo, seguramente de hombre. Me acerqué a un polocía para averiguar el hecho.




Efectivamente era un muerto, un hombre de no más de 60 años, que vivía en la calle ahí mismo, y era conocido por todos los que trabajan en esa zona. Un señor se acercó a mí y me dijo que había un testigo que había presenciado el asesinato. Se comentaba que había dicho a la policía que el asesino era de aproximadamente un metro ochenta y que andaba con una chaqueta roja, donde tenía el cuchillo que había sacado para cometer el homicidio, además de un pantalón color café claro, o beige. Se había encontrado un celular en el sitio y se estaba averiguando a quién pertenecía.

Prologue

sábado, 14 de julio de 2007

La necesidaad de expresión que tiene cada ser humano ha llegado hasta mí y me ha hecho sucumbir ante él.
Todos comprenderán que si uno no tiene nada más que hacer que leer libros que los demás consideran ultrasub-normales o hacer cosas que exytrañan a cualquiera, se debe catalizar ea energía, esa libido (como diría mi profesor de Filosofía) hacia un punto necesario y socialmente aceptado; claro, para no caer en la desgracia del rechazo.

Para ello, nada mejor que escribir un libro, en especial en este país, cuyos ciudadanos ni siquiera saben cómo se escribe hallulla (ayulla?, hayuya?, halluya?, Aleluya!) (maldita RAE), pero no cualquier libro, sino uno al cual todos puedan aportar.

En fin, para aceptara alguien no es necesario ni entenderlo ni aconsejarlo, sólo basta escucharm lo que dice y tratar de clasificarlo eb algún estereotipo (¡qué palabrota!). Aún así, nadie es capaz de procesr siquiera una mínima parte del conocimiento que le es entregado; por este motivo es que llegan a ller cosastan extravagantes (otra) como los anuncios de Google (a la izquierda).

En fin (¿otra vez?). Por último, si quiere aceptar que se le notifique en su fecha de muerte el día que va a morir (llega un día tarde) presione ALT + F4 al mismo tiempo.